Cuando camino las calles de Mérida para hacer fotografías aseguro la cámara a la muñeca de mi mano derecha con una correa corta. Así, firmemente asida y con el dedo índice sobre el obturador, la cámara viaja conmigo lista para la acción. Se siente como un apéndice de mi cuerpo, una extensión física de mi capacidad para ver.
Esta Mérida que recorro es una ciudad de intersecciones, de yuxtaposiciones, de personajes y encuentros que con frecuencia parecen sacados de una máquina del tiempo, atrapados de alguna manera entre un pasado distante y un futuro que ya está aquí. Es la Mérida que, mientras crece rápidamente y continúa tejiendo su compleja historia, sigue sin negarnos la amabilidad de un “buenos días”.
Mérida me ha dado un hogar y me espera en cada esquina con una nueva revelación, porque es siempre la misma pero nunca es igual. Al acogernos a todos, Mérida nos hace suyos. Nos hace Meridanos.
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